BRUJERÍA EN PAREJA

Cuenta la leyenda, también corroborada en parte por los archivos históricos de la villa, que en el primer tercio del siglo XVI la extraña muerte de varios niños dentro de la comarca de Pareja, desató la ira de la población contra algunas mujeres por su comportamiento.

La denuncia ente el Tribunal Inquisitorial no se hizo esperar recayendo la mayoría de las acusaciones en Juana La Morillas, con manifiesta fama de bruja entre sus convecinos. En dicho sumario se autoinculpó junto con Francisca La Ansarona de encontrarse con diablos: “…iban altas del pueblo hasta dos palmos en el aire, vislumbrando a hombre negro de mediana estatura y los ojos bermejos e encendidos y la voz algo sonora”.

 

LAS BRUJAS DE PAREJA

ESTUDIO CRIMINOLÓGICO DEL SIGLO DE ORO

Cuando llega el otoño, los disfraces y las máscaras pueblan las calles adornadas de calabazas. Es constatable en el común de las mortales que las brujas infunden al ciudadano una amalgama de sensaciones: de día, atracción, curiosidad, respeto...; de noche, cierto miedo o un interés desmedido por adentrarse en su mundo. Casi a nivel planetario se festeja Halloween.

Pero si volamos a la Guadalajara de los Mendoza, en los siglos XVI-XVIII la presencia de las hechiceras se hace extensiva a los 365 días del año y, así, en los expedientes inquisitoriales las hallamos caminando por tierras de Sigüenza, de Pareja, de Sacedón, de Jadraque …, y por las plazuelas de la propia capital, también en masculino, pues ahí está don Alonso, segundón de los condes de Coruña, profesor de Alcalá, canónigo de Toledo y “capellán” de Lucrecia de León, la vidente madrileña que presagió el desastre de la Armada Invencible.

En las décadas de la Contrarreforma, el Santo Oficio de la Inquisición, puesto en marcha en Castilla por Isabel y Fernando en 1478, vigilaba atentamente la pureza dogmática de toda manifestación pública y privada. La delación convertía lo más personal de un individuo, sus creencias, en asunto público, pasando a ser así habitual en una monarquía que presumía de ser la capitana del catolicismo.

  

Rastreando a los clásicos hallamos elocuentes muestras de lo que podía ser el palpitar cotidiano del Siglo de Oro, con una masa de gente común aderezada por seres discordantes como el alocado Alonso Quijano y la alcahueta Celestina Duarte.

En el tribunal de Toledo el proceso más antiguo por hechizos fue el de Juana Ruiz, anciana de Daimiel, cuya causa data de 1530. En el auto de fe celebrado en Zocodover el 9 de junio de 1591 abjuraron de levi los delitos de brujería las ancianas Olalla Sobrino, Catalina Mateo y Juana.

En 1571 existió un activo núcleo hechiceril en Montilla (Córdoba) en torno a Leonor Rodríguez, conocida como La Camacha, compañera de la Cañizares y la Montiela en la novela ejemplar cervantina El coloquio de los perros. En Salamanca se amedrentaban ante a la Pastora, en Miraflores de la Sierra (Madrid) delataron en 1644 a María Manzanares y a Ana de Nieva, de 60 y 64 años, respectivamente, y al año siguiente, en la ciudad de villa y corte, fueron procesadas cuatro mujeres. En Cuenca sembraban el pánico las brujas de Tinajas.

Desde finales del siglo XV, cuando se inician las averiguaciones inquisitoriales, apreciamos también episodios de brujería en las tierras guadalajareñas- bajo la órbita del tribunal conquense-. En 1495 Constanza Lopes, vecina de Molina, fue acusada de colocar huesos en los jubones de los maridos con el fin de propiciar que las esposas recuperaran su amor. En 1553 fue procesada María de Ayala, de Yebra, por intentar remediar amores extintos, especialmente en Pastrana, donde gozaba de amplia clientela.

Uno de los casos más relevantes de brujería en la Edad Moderna se localizó en Pareja. En 1526-1527 Francisca Ansarona fue denunciada por invocar al diablo a instancias de Quiteria de Morillas, su vecina, y de establecer pacto con él dándole una gota de su sangre. Al parecer, habiendo entrado las dos brujas en casa de un vecino que tenía un hijo de medio año, Quiteria le metió el dedo por el “sieso” sacándolo  lleno de líquido con el que hacer ungüentos. La Ansarona, de cincuenta años, se autoinculpó en el proceso y dijo ser bruja desde hacía tres décadas, narrando cómo “salían volando e iban altas del suelo hasta dos palmos en el aire”[1].

Pocos años después de la muerte de éstas, el terror volvió a invadir Pareja. Ahora eran las hijas de La Morillas, Ana de Roa y María Parra, a quienes los vecinos consideraban hechiceras. Se sucedían las muertes de niños por causas extrañas y todos los habitantes del lugar conocían la intimidación a la que éstas sometían a las mujeres que estaban a punto de dar a luz, para conseguir dinero y alimentos. Entre los que testificaron en su contra, destacó Juan Manzano, que acusó a La Roa de haber asesinado a su hija de pocos meses una noche en que vio bajar a tres personas desde la cámara hasta la habitación donde el matrimonio dormía con la pequeña.

Otra afectada declaró que en abril de 1550, estando una noche en la cama, oyó pisadas por la cocina. Al escuchar ruido por el tejado, sospechó que podía andar por allí La Roa. A la mañana siguiente, la testigo fue a tratar con ella sobre el asunto y le dijo: “¡Venid acá, señora! ¡Cada noche vienen a mi casa y me quieren matar. No sé quién es, ni tampoco digo que sois vos, mas hago pleito a Dios que si me ahogan a mi hijo y sé que sois vos, vos me lo habéis de pagar y os tengo de dar de puñaladas hasta que se os arranque el alma!” La Roa negó haber tenido algo que ver con todo aquello pero, según afirmó la mujer, en su casa no se volvió a oír más el estrépito nocturno.

Por orden del Santo Oficio, el 21 de mayo de 1554 se leyó en la iglesia de Pareja un edicto por el que se mandaba que todo aquel que tuviera noticia de brujas lo comunicara con la mayor premura. La omisión sería castigada con pena de excomunión mayor. A corto plazo, el documento no hizo sino acrecentar la psicosis colectiva.

Las dos hijas de La Morillas fueron apresadas y todos sus bienes resultaron secuestrados. Después las encerraron en los calabozos secretos de la Inquisición. En el interrogatorio, La Roa confesó que tenía cincuenta años de edad, que era vecina de la villa de Pareja y que había contraído nupcias en tres ocasiones: la primera con Juan Roa, con el que tuvo un hijo; la segunda con Pero Sánchez, un pastor que se marchó de Pareja dejándola abandonada, y por tercera vez se casó con Juan Ortiz el 3 de mayo de 1554. Dijo también que cuatro años atrás había sido apresada con su hermana por el Santo Oficio y que las dos fueron azotadas públicamente por brujas.

Por su parte, María Parra declaró ser viuda de Andrés de La Parra y vecina de Sacedón. Explicó que había sido criada en Pareja con sus padres y después se marchó a Buendía donde se casó, teniendo un hijo que acababa de cumplir veinte años. Tras varias audiencias en las que se le insistió que dijera verdad, el 9 de junio de 1555, los inquisidores acordaron someter­la a tortura para que confesara la verdad de cuanto sabía y de cuanto había hecho.

Los tormentos a los que fue sometida fueron cada vez más duros hasta que, estando presente el licenciado Briceño- provisor general del Santo Oficio, que prometió tener con ella misericordia si confesaba- María Parra dijo que quería descargar su conciencia y manifestó que, hacía tres años, estando en su casa en Sacedón, llegó un día su hermana Ana y la convenció para que se trasladara con ella a Pareja, pues en su vivienda se juntaban varias mujeres para invocar al demonio y luego se iban al campo de Barahona.

Reconocía haber participado en aquelarres con el maléfico ser que se les manifestaba a medianoche con hábito de caballero o con apariencia de toro o de ciervo. También reconoció que habían entrado en la alcoba de Juan de Cifuentes y Quiteria, y habían practicado homicidios en el espacio de cuatro meses.

El 20 de junio de 1556 Ana La Roa pidió también audiencia ante el Santo Oficio para declarar que, tres años atrás, encontrándose un día sola en su casa de Pareja, entró un hombre “que iba muy aderezado y parecía un caballero” y le ordenó que fuera a casa de La Machuca, donde se encontraría con otras mujeres a las que les quería hablar. Así lo hizo y, estando en casa de La Machuca, se enteró de que aquella noche el grupo de mujeres iba a ir al campo de Barahona.

La Roa y María Parra fueron detenidas y encarceladas, junto con La Machuca y sus tres hijas, Juana La Carretera y María de Mingo. Tanto la Machuca (de nombre Violante, el apodo le venía de haber sido esposa de Fernando Machuca) como las demás mujeres echaron la culpa a las hijas de La Morillas. Según ellas, las habían acusado con falsedad de hechos que no habían cometido.

El castigo de María Parra consistió en cien azotes por las calles de la ciudad montada en un asno “desnuda de cintura hasta la cinta, con una soga al pescuezo y a voz de pregone­ro”, y en el destierro a perpetuidad del obispado de Cuenca. En caso de quebrantar la pena recibiría cuatro­cientos azotes. La sentencia se leyó en la Plaza Mayor de Cuenca el 5 de mayo de 1558 ante un numeroso público.

Entre otras villas y aldeas, también se registraron casos de hechicería en Armallones, pues en 1579 nadie se atrevía a salir de noche por las calles, en El Recuenco, donde Juana “La Coba” mató a unas criaturas abriéndoles la cabeza y chupándoles la sangre, y en Peñalén, de hecho en los alrededores de este pueblo se amenazaba a los niños con que si desobedecían se llamaría a “las brujas de Peñalén”.

Estas causas son muestra del arraigo de la superstición en una etapa todavía precrítica. La Camacha, la Montiela y la Cañizares cervantinas, sus ungüentos, sus pócimas y sus vuelos, son el espejo literario de tipos reales de la sociedad española del Siglo de Oro. Pero en el caso de Pareja se aprecia la alta conciencia ciudadana del municipio, que no aplicó la justicia por su mano sino recurrió a las autoridades.  

 

 Doctoras Laura Lara y María Lara, Profesoras de la UDIMA, Escritoras Premio Algaba, Comunicadoras en TVE y Cuatro, y Académicas de la Academia de la Televisión.

 

 

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